Hacia el Siglo XIII la Iglesia Católica de Roma comenzó a reprimir la herejía con tal violencia y crueldad que hasta nuestros días se saborea la amargura que se derivó de esa medida. Entre los llamados herejes se contaban a practicantes de la hechicería, judíos, musulmanes, masones y miembros de otras organizaciones secretas, etc. Digamos que la medida política instaurada para combatir la supuesta herejía significaba una serie de regulaciones mediante las que la Iglesia y/o el reino tomaba en propiedad las pertenencias del supuesto hereje para financiar sus guerras contra los musulmanes.
Dado este escenario el Papa Sixto VI, en 1478, designa como Inquisidor General al sacerdote dominico Tomás de Torquemada.
Tomás de Torquemada, el Primer Gran Inquisidor de España, fue un sacerdote de la orden de Santo Domingo a la que ingresó contra la opinión de su padre, un noble que guardaba la esperanza de que su único hijo contrajera matrimonio para que continuara con la descendencia y el linaje. Nació en Valladolid en 1420 y murió de muerte natural en Ávila en 1498.
El papel que le tocó ejercer a Torquemada fue el de malo.
Se estima que durante su mandado al frente de la Santa Orden pudieron
morir quemadas más de 10.000 personas y otras 27.000 sufrieron penas
infamantes. Además, a esto hay que añadir que Torquemada "castró"
notablemente al intelecto español, ya que para evitar la propagación de
las «herejías», promovió la quema de literatura no católica, en
particular bibliotecas judías y árabes. Algunos expertos asocian este
hecho a la "baja capacidad intelectual" del propio Inquisidor, cegado
por sus creencias religiosas.
Finalmente, en 1492, consiguió que se
firmara el Edicto de Granada, y con él que se produjera la expulsión
definitiva de los judíos de España. Sin embargo, y seguramente de forma
inesperada para él, tras la expulsión, Torquemada perdió el favor de
los monarcas y al año siguiente el Santo Oficio nombraba a tres grandes
Inquisidores más, con lo que su poder quedaba totalmente neutralizado.
Sólo, paranoico y con la salud física y
mental completamente deteriorada, en 1493 Torquemada se intaló en el
monasterio de Santo Tomás de Ávila. Consiguió del Papa Alejandro VI una
bula para que allí rigieran estatutos de limpieza de sangre y pasó sus
últimos años "rapaceando" fondos para la que fue su tumba.
Hasta su muerte, acaecida en 1498, vivió angustiado por la paranóica
idea de que querían envenenarle y, para evitar ser envenenado, tenía en
la mesa de su celda una caja con polvo del cuerno de un unicornio, que
tenía fama de ser el mejor de los antídotos.