Con apenas 20 años, Gilles de Laval,
barón de Rais, era ya un joven de atractiva elegancia y sorprendente
belleza. Había recibido una esmerada formación intelectual y militar que
lo llevó a tomar lugar al lado de Juana de Arco como primer teniente a
favor de su amigo el rey Carlos VII. Sirvió con tal distinción en las
distintas batallas de la época, que fue recompensado con el título de
Mariscal de Francia. La suerte le seguía sonriendo desde su venida al
mundo en 1404.
Descendía de una de las familias más
ricas y poderosas de Francia, y a los once años había heredado una de
las mayores fortunas del país, que se había incrementado tras casarse a
los dieciséis, con su prima e inmensamente rica, Catalina de Thouars.
Tras la muerte de Juana de Arco (arriba) en la hoguera, Gilles, que la amaba e idolatraba en secreto, se separó de su esposa y se encerró en su castillo: entonces comenzó su rencor hacia la Iglesia y hacia Dios por permitir que Juana muriese, tras lo cual el odio empezaría a crecer hasta volverlo un demonio capaz de torturar y asesinar a unos 200 niños
Los historiadores opinan que su primer
crimen fue cometido con el propósito de realizar un pacto con éste para
lograr sus favores. Pero tras haberle cortado las muñecas a la víctima,
haberle sacado el corazón, los ojos y la sangre, ni se le apareció el
Diablo ni logró trasformar el metal en oro. Lo único que habría logrado,
sería el haber descubierto su pasión secreta: la tortura, la violación y
el asesinato de niños.
A partir del verano de 1438 comenzaron a
desaparecer algunos muchachos de la misma ciudad de Nantes, de los
pueblos de los alrededores, y la mayor parte, ocurrían cerca de la
mansión del barón de Rais. También hacía entrar en su castillo a algunos
de los niños mendigos que pedían limosna frente al puente levadizo, que
eran retenidos contra su voluntad por sus servidores, violados y
desmembrados posteriormente. La sangre y otros restos se conservaban
para propósitos mágicos.
El mismo Gilles contó en alguna ocasión
como disfrutaba visitando la sala donde los chicos eran a veces colgados
de unos ganchos. Al escuchar las súplicas de alguno de ellos y ver sus
contorsiones, Gilles fingía horror, le cortaba las cuerdas, le cogía
tiernamente en sus brazos y le secaba las lágrimas reconfortándole.
Luego, una vez se había ganado la confianza del muchacho, sacaba un
cuchillo y le segaba la garganta, tras lo cual violaba el cadáver.
En una ocasión, se acercó a un niño que
había elegido previamente y lo llevó al gran lecho que ocupaba el fondo
de la sala de “torturas”. Después de algunas caricias, tomó una daga que
colgaba de su cintura, y riendo a carcajadas cortó la vena del cuello
del desdichado. Frente a la sangre que brotaba y al cuerpo que se
convulsionaba, el barón se puso como loco. Arrancó las vestimentas al
moribundo, tomó su propio miembro y lo frotó en el vientre del niño, que
dos de sus cómplices sostenían porque éste estaba sin conocimiento.
Cuando por fin salió el esperma, tuvo un nuevo acceso de rabia, tomó una
espada y de un golpe cortó la cabeza de la víctima. Gilles, en pleno
éxtasis se tumbó sobre el cuerpo decapitado, introdujo su sexo entre las
piernas rígidas del cadáver, gritando y llorando hasta un nuevo
orgasmo, se derrumbó sobre el cuerpo cubriéndolo de besos y lamiendo la
sangre.
Luego ordenó que quemasen el cuerpo y
que conservasen la cabeza hasta el día siguiente. En ese mismo suelo,
desnudo y manchado de sangre se habría quedado dormido.