La caida

Mi cuerpo iba a quinientos 500 kilometros por hora envuelto en llamas directo al lago de azufre y ajenjo. Mientras tanto arriba, se libraba una feroz batalla entre angeles y demonios. El cielo estaba teñido de sangre y los reflejos de los filos de las espadas de mis hermanos y de los malditos apestozos arcangeles podian enseguecer a cualquiera. Fuimos derrotados, fuimos condenados al abismo por un Dios castigador y soberbio quien desde un principio no aceptó reparos.